Cada vez que en nuestro mundo se da por comienzo un nuevo año, millones de corazones alrededor del orbe no pueden evitar rebozarse de alegría y de esperanzas por la nueva oportunidad que han recibido para vivir. Sin embargo, en los países latinoamericanos como Venezuela, los miedos y preocupaciones que afloran entre sus habitantes contrastan notablemente con las ilusiones y expectativas que para el nuevo tiempo puedan poseer. Y más principalmente en las últimas décadas, donde las inquietudes colectivas de la sociedad ahora recaen sobre el ámbito al cual mayor importancia se le ha dado a lo largo de la historia: La vida humana.
En los tiempos que ahora nos transitan, está cada vez más claro que de entre todos los venezolanos que inician un nuevo año, serán en realidad muy pocos aquellos que puedan finalizarlo. El problema de la inseguridad ha hecho menguar las esperanzas de vida de un importante sector de la población, los cuales ven en la exponenciabilidad de las cifras criminalísticas, un letal ascenso hacia lo irresoluble.
Sin embargo, de la misma manera en como la situación ha cambiado en el interior del país, ahora también ha cambiado algo más en el exterior del mismo. La percepción que el mundo tiene sobre esta importante república en materia de la seguridad es alarmante. En el presente momento, Venezuela ocupa el segundo lugar en el ranking de países más peligrosos para vivir de todo el planeta, con una cifra record de homicidios de 54 por cada 100.000 habitantes. Una cantidad que supera ocho veces más al promedio mundial de fallecimientos globales.
El fenómeno del asesinato por arma de fuego, si bien grave, produce un efecto que sin embargo, es diferente en las victimas que lo sufren, puesto que a pesar de que las cifras representen a personas anónimas, naturales y ordinarias, la importancia que las autoridades pertinentes dan a dichas perdidas es mínima a comparación de aquellas muertes que corresponden con personas cuya figura es importante y destacable entre los más importantes medios de comunicación.
En el actual año 2017, se cumplieron tres años desde aquel fatídico momento en el que una de esas incontables balas de Venezuela acabase con la existencia de una de esas importantes figuras públicas. Un reconocido rostro televisivo le dio forma a este derramamiento de sangre inocente, el cual aun después de una década de su génesis continua creciendo a un ritmo altamente vertiginoso.
La actriz Mónica Spear, ciudadana venezolana oriunda de la ciudad llamada Maracaibo, era hasta entonces conocida por su exitosa trayectoria en los principales medios de televisión. Su talento, sumado a su carisma, la convirtieron a su temprana edad en todo un icono cultural venezolano ampliamente reconocido en el mundo hispano.
Ganadora del certamen Miss Venezuela en el año 2004, Spear se convirtió en una figura que traspaso las barreras de su país para deleitar los corazones de miles de seguidores de Iberoamérica alcanzando así un alto prestigio. Perfil por tanto muy diferente de las victimas comunes que cuyas vidas diariamente son llevadas por el hampa.
El día 10 de Enero del año 2014, todas las televisoras de Venezuela transmitieron en vivo y directo el funeral de la mujer más perfecta que su país alguna vez pudo tener. Son por tanto no pocas las personas quienes opinan que en el imaginario colectivo quedaran grabados por siempre la imagen de aquel grupo de hombres que llevaban cargado su ataúd, en dirección a su fosa de entierro al mismo tiempo que llevaban también consigo al de su esposo.
Sin embargo, dicho hecho a pesar de trágico, dejo claramente aseverados dos cosas que en aquel momento para nadie parecían ser superfluas. El tiempo no podrá borrar ni mucho menos extinguir este doloroso recuerdo y por otro lugar, a pesar del peso político y social que ostento la figura de la actriz, su muerte no puede ser usada como ejemplo para ponerle fin al delito que consume vorazmente a toda Venezuela.
Numerosos portales de noticias del estado se hicieron eco de dichos argumentos. Entre ellos el blog de Luis A González Manrique exponía que «No vale la pena generar tantas palabras juntas sobre Mónica Spear y su muerte a manos del hampa junto a su pareja, porque mensajes, noticias y debates no representan ingredientes para activar la justicia y seguridad que combatirían el delito en Venezuela» señalaba al inicio de su artículo web.
Como se ha podido ver, el transcurso de tres años no ha podido más que darle peso a este tipo de explicaciones, y mientras más pasan los años la desesperanza y la impunidad amordazan los corazones del hombre y la mujer de hoy en día, quienes se preguntan así mismos sobre lo que nuestro país deparara para con las generaciones latinoamericanas del futuro ¿Podrá este problema ser solucionado de raíz? –se plantean-¿O nos vamos a tener que enfrentar a ver como nuestro país sucumbe a un apocalipsis criminal durante las próximas décadas?
Para dar respuesta a estas cuestiones es necesario acotar que al hablar de la criminalidad, no estamos trabajando solo con Venezuela, pues ese país es solo un ejemplo de lo que ocurre diariamente entre México y Argentina. Hasta incluir a regiones remotas en donde la población sucumbe no tanto a las enfermedades degenerativas como a la mismísima violencia social.
Mario E. Fumero a través de su página web, en su artículo titulado “Unidos contra la apostasía” plantea lo siguiente: « ¿Cómo podemos enfrentar una delincuencia que se la ha escapado de la mano al estado?,-una interrogativa que el mismo texto responde con el siguiente comentario-sencillamente deberíamos buscar como otros países enfrentaron este problema y tomar sus modelos para implantarlos»
En la historia reciente países como Japón y Singapur resaltan entre multitud de candidatos que han logrado controlar el problema de la inseguridad de manera efectiva, y todo ello en base a las acciones políticas que regulan el control del armas.
Como prueba de ello, se estima que durante el mismo año 2014, solo seis personas fallecieron por armas de fuego en dicho país, aspecto que resulta interesante si se lo compara con Estados Unidos, lugar en donde la cifra se asesinatos logro el mismo año alcanzar las 33.500 víctimas.
América Latina debería tener consciencia de que la criminalidad es por tanto un problema global y universal y de que el hecho de que más que solo un problema técnico, la criminalidad es un problema de origen espiritual, pues desde el mismísimo principio de los tiempos el asesinato es un delito que ha atentado directamente con el derecho humano a la vida, siendo este el más vital e importante, de todos ellos.
Quizá entonces mucho más allá de las razones que llevan a un ser humano a privarle la vida a otro, esta quizá en su mismísima formación. La delincuencia no es otra cosa que la descomposición de la sociedad producto de la destrucción de su mismísimo pilar más fundamental: La familia. De nada vale destruir todas las armas del planeta si al hombre no se le educa para vivir en amor con sus semejantes y a construir su sociedad en base a valores equilibrantes que lo hagan convivir como todo un ser humano.
Aun así la violencia es un mal que parece estar encajado en algún lugar muy profundo dentro de nosotros mismos. Y que indudablemente estará allí por mucho tiempo más.
Sin embargo los esfuerzos por apaciguarla no han mermado jamás. Desde la mismísima Revolución Francesa, se ha visto la intención por aseverar el orden de la sociedad. En nuestros tiempos es a partir del año 1948, con la firma de la Declaración Universal de los Derechos Humanos que estos cobran aun mayor importancia.
El documento albergado en la ciudad de Paris, reproduce en su texto un total de treinta artículos los cuales describen las garantías básicas de todo ser y del cual es deber de todos y cada uno de nosotros hacer que dichos estatutos se cumplan, pues a pesar de su universalidad y simplicidad no son más que las leyes y preceptos morales en los cuales está construida toda esta gran sociedad armonizada a la cual nosotros le hemos designado siempre bajo el nombre de nuestra reacia, autentica y multitudinaria civilización.