Supongamos que estamos en un matrimonio donde el amor se acabó hace rato y la relación ha degradado a un nivel tan malo que raya en el odio.
De hecho, estás seguro de que la otra persona no solo ya no te quiere, sino que te odia, y hace todo lo que está a su alcance para hacerte la vida lo más miserable posible.
Ante esta situación, lo más sensato en divorciarse cuanto antes para poder ser libre y buscar una nueva oportunidad en la vida.
Esto mismo es lo que siento con Venezuela.
Venezuela: una relación en caída
Venezuela es un país en el que no solo el gobierno, sino todo el conjunto de factores que hacen a Venezuela un país te odia. Y hace todo lo posible por demostrártelo.
Nunca me sentí tan identificado con Venezuela ni con la cultura del país en general, y eso que crecí en una zona “popular” de Caracas, donde mas autóctona no podía ser la gente.
Siempre en mi mente estuvo la idea de emigrar a otro país, vivir en otra parte. Por supuesto, una vez la tribu roja atacó, esa idea la llevé a la práctica en la primera oportunidad.
Emigré hace más de diez años de Venezuela, durante todo este tiempo y mientras pude, fui de vacaciones, renové mi pasaporte, realicé trámites legales, etc.
Pero eso era antes, gran parte de mi familia mas cercana emigró, no quiero volver ni de visita, no tengo bienes allá y para colmo, el mismo gobierno que se jacta de ser patriota hace lo imposible para no permitirme el derecho de identificarme como venezolano.
Renunciar a la ciudadanía venezolana: una posibilidad
Retomando el ejemplo del matrimonio fallido, ante todo este panorama ¿no es mejor “divorciarse” y echar tierrita de por medio?
Obviamente la manera que tengo de “divorciarme” del país sería el renunciar a la ciudadanía venezolana y eso es algo que he estado pensando últimamente.