Un paraíso, un edén, el país de las mujeres bellas, el mejor béisbol o el país de las personas felices, así han llamado o llaman a mi país, Venezuela.
Que buen comienzo, ¿no?, seguro suena mejor que el titulo de este post, y es que quise iniciar de una forma feliz, porque se que no faltará quien juzgue ese titulo, y me llame apátrida, así que mejor le damos play a esto.
¿Vivir en Venezuela es un infierno? Habrá quien diga que sí, y quien diga que no, pero yo hablaré desde mi perspectiva, y es que vivir en este maravilloso paraíso se ha convertido en un infierno, no sé si sean las colas, la inseguridad o la falta de oportunidades, tal vez sea la mezcla de un todo, o mi afán de querer ser y vivir mejores cosas que las que actualmente vivo.
Para quienes lean esto y piensen: “seguro es una hija de mami y papi”, les responderé que sí, efectivamente soy hija de mi mamá y mi papá, y eso no significa nada a lo que ustedes quieren hacer referencia, por ejemplo, si para ustedes ser hija de mami y papi significa que me esfuerzo diariamente en estudiar una carrera que no me ofrece un gran futuro; o que en mi casa nos sacrificamos todos los días para poder pagar una universidad privada porque es la única forma que encontré de garantizarme una educación de calidad, pues también.
Vivir en Venezuela se ha convertido en un infierno, y no precisamente porque no hay comida, cosa que también nos afecta, porque jamás he sentido la carencia de la cesta básica en casa y desafortunadamente hemos aprendido a jugar malabares con lo poco que tenemos y nos alcanza, así como muchos venezolanos,.
El infierno se intensifica en las cuatro paredes de mi hogar, hogar que debería protegernos o así me enseñaron mis padres, pero no, lamentablemente ni vivir en una urbanización nos salva de la inseguridad. Aquí sonaré como hija de mami y papi, y no me da vergüenza, mis padres se esforzaron e hicieron sacrificios, así como muchos otros padres, para comprar y ofrecernos una vivienda de calidad con el trabajo y esfuerzo propio en una buena zona y una urbanización que hasta hace unos años eran tranquilas, pero que al sol de hoy son el centro comercial o centro de distribución de los antisociales que azotan al país, un día es una pieza de carro, otro día un carro, hasta la vida de mis vecinos, no sabemos qué nos deparan los días, sólo sabemos que vivir refugiados en nuestras casas es lo que debemos hacer durante el día, y durante la noche cerrar las puertas y conectar las alarmas y sirenas de las que nos hemos hecho cada uno para poder sentir un poco de seguridad.
Hemos aprendido a mendigar seguridad, ¿cuántos de ustedes no han acelerado el paso y apretado el trasero al sentir una moto, o cuando alguien se acerca más de lo usual? Pues en Venezuela se ha convertido en el pan de cada día.
Hemos llegado al punto de que las zonas populares y barrios se han convertido en lugares más seguros que las urbanizaciones y los centros comerciales, los antisociales y malandros, como le llamamos en Venezuela, se creen con el derecho de hacerse con nuestras pertenencias por el simple hecho de que pueden y lo hacen.
Parece que la rabia que tienen contra el mundo la desbordan con cada uno de los ciudadanos que aún tratamos de salvar a Venezuela, nos odian por ricos, nos odian por blancos, nos odian porque estudiamos, porque trabajamos, porque sí y porque no, el odio en el país parece cosa de un mismo infierno, ya ni tropezarnos podemos porque la ira y el miedo entre nosotros nos carcome.
El infierno se ha hecho de tal magnitud, que ya ni objetos materiales roban, la bajeza y la decadencia de esta gente a llegado al punto que sólo nos arrebatan la comida, la poca que podemos comprar y por la cual nos esforzamos tanto, 4 panes para ellos significa la adquisición del nuevo iPhone, aparentemente el robo de comida es aceptado en el infierno y los buenos no lo sabíamos.
La rabia con la que nos tratan podría ser sólo sinónimo de una mala madre, este desprecio con el que arrebatan los objetos y la vida de los ciudadanos es sólo semejante a la carencia de una figura paterna o figura de autoridad, ¿Quién sabe? Si tal vez esa madre nos hubiese hecho el favor de cerrar sus piernas nos hubiese salvado de muchos atropellos, pero pobrecitas las madres de estos panitas, tuvieron que usar el oficio más viejo del mundo para poder concebir esa mala leche, y sinceramente no encuentro que alguien feliz haya salido de alguna situación parecida.
Vivir en Venezuela se ha convertido en un infierno tan grande, que hasta nos gobierna una de las más grandes redes de antisociales del mundo, nos roban de una forma tan sofisticada que ni armas necesitan para despojarnos de lo poco que nos queda, así de terrible es vivir en este infierno.
Por allí leí que Venezuela tiene lo que se merece, y Venezuela no merece ser un infierno, y mucho menos su población, porque con mis 23 años no merezco vivir aterrada de ver que la noche cae y yo aún no llego a mi casa; a mis 23 años no merezco un gobierno que no sirve para nada mas que decir imprudencias y usar términos de los cuales no saben ni su significado; a mis 23 años hago cuentas y me doy cuenta que no merezco vivir esto porque jamás voté por estos nefastos; a mis 23 años aun mantengo esperanzas de conocer ese paraíso que llaman Venezuela y que actualmente yo conozco como infierno.
Amigos, aunque aun nos queden risas, y ganas de hacer parrilladas e ir a la playa los fines de semana, vivir en este país es lo más semejante a quemarse en las pailas del infierno, porque hasta las risas nos las han robado.